Declara Mancuso

Compartir este artículo

Declaró Mancuso…, otra vez; está declarando. No sabemos aún si al final aportará  nuevas verdades,  pero en esta ocasión le queda claro al país, sobre todo a las nuevas generaciones, la magnitud del horror que cometieron y aquellos que lo determinaron (las audiencias están en la red). Prácticamente todo el establecimiento estuvo implicado: muchas de las más poderosas empresas del país, los medios de comunicación, los ganaderos, el ejército, la policía, la fiscalía, el DAS, el CTI; muchos funcionarios públicos, notarios, congresistas, gobernadores, alcaldes, ministros, y, sobre todos ellos…, el narcotráfico, con múltiples vasos comunicantes entre estos actores, pues muchos de ellos aún abrevan en esa fuente.

Obviamente, en esta constelación hubo honrosas y valientes excepciones que opusieron férreas resistencias; personas honestas que confirmaron la regla pagando con sus vidas o con encarnizadas persecuciones sobre ellas y sobre sus familias.

Con estas declaraciones a la JEP, más allá de la precisión o error de uno u otro “detalle”, queda claro que el paramilitarismo no fue un fenómeno, sino un inmenso y complejo sistema. Los paramilitares no fueron sino los verdugos, los ejecutores de una política gestada en “las altas esferas del poder” y ahí no se han dado aún los nombres. Fueron empollados bajo el ala oscura de varias instituciones. El caso de Pacho Santos, digno representante de esa “élite”, solo es un insulso botón de muestra que cuelga de la inmensa colcha de terror con la que todos estos ejércitos, sin excepción, el oficial, los subversivos (que tasaron a sus secuestrados como mera mercancía, ¡ellos, que supuestamente estaban contra el capitalismo!) y los paracos…, todos se ensañaron contra el pueblo, que fue contra el que finalmente se libró esta guerra: campesinos, indígenas, mujeres, líderes, afros, población LGBTI, defensores de derechos humanos, maestras.

Nueve millones de víctimas sumaron en la contabilidad de esta guerra en la que la cuenta que contaba era la de los objetos de la explotación: la coca, la tierra y los cadáveres despojados de sus nombres, de su historia, de sus lazos familiares y de su inscripción en la comunidad despedazada, enterrados como el gran tesoro, muchos con las botas al revés… Ese fue el botín que se llevaron, el que aún algunos se resisten a entregar. 

Y aún falta más por declarar…

CIPADH

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

ÚLTIMAS PUBLICACIONES
¡Ardemos!