¿Quiénes atentan contra la libertad de prensa?

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Periodistas y políticos han rasgado sus vestiduras. Ensordecedora ha sido la reprimenda ante el ingreso por la fuerza de un grupo de indígenas Misak a la revista Semana. La desproporción de sus increpaciones salta a la vista, advierten sobre la gravedad de semejante transgresión y las nefastas consecuencias que este acto tendrá: ¡la democracia estaría seriamente amenazada! Pacho Santos —¡qué irrespeto! — comparó el episodio con el atentado de Pablo Escobar que en septiembre del 89 destruyó las instalaciones de El Espectador, casi tres años después de haber asesinado a su director, don Guillermo Cano. Por esta vía, el promotor del “Bloque Capital”, —según testimonio de Mancuso y otros paramilitares—, pretende vincular a los indígenas con el narcotráfico. Vicky Dávila exhibió en las redes la foto del rasguño en el cuello de uno de los vigilantes de la revista, como la “herida” que le abrían ocasionado.

Los indígenas cometieron una transgresión, es cierto; pero, ¿de verdad creen ustedes que Vicky Dávila les habría dado una cita para escuchar sus reclamos por la manera falaz como este semanario maneja la información del país, por el odio, el clasismo y la discriminación que destilan sus páginas?… ¡Por favor!

Los Misak no han debido ingresar a la fuerza, pero claro que tienen todo el derecho a ir a protestar, como muchos querríamos hacerlo, por el descarado amaño de ese y de otros medios de información en el país. La lista de las groseras tergiversaciones a los hechos que “informan”, es innumerable. Buena parte de la sociedad colombiana está hastiada de la manipulación mediática, del contubernio con la Fiscalía, etc.

“¡Atentado a la libertad de prensa!”, gritan a los cuatro vientos, pero ¿acaso lo hicieron cuando de manera cínica un millonario expresó con orgullo que compraban la revista para convertirla en centro de difusión de falsas verdades?  ¿Quiénes han cometido los más grandes atentados contra la libertad de prensa? ¿No han sido los cuatro o cinco grupos económicos, dueños del país, que los monopolizaron todos? ¿No han sido los y las periodistas quienes, salvo honrosas y valientes excepciones, han hipotecado esa libertad? ¿No han sufrido muchos y muchas comunicadoras, persecuciones, amenazas y destierros —algunos hasta pagaron con su vida—, mientras otros periodistas callaban o atacaban francamente a los perseguidos, al tiempo que en sus columnas o en sus comentarios les lavaban la cara a los victimarios? ¿No ha existido desde siempre en Colombia un firme maridaje entre el poder político, económico y la tenencia de los medios, maridaje que llega incluso a concretarse en matrimonios y parentescos reales? ¿No ha sido obligado uno de los noticieros más reconocidos en la encuesta de los líderes de opinión, a sostenerse de la caridad? ¿No jugaron los medios—de nuevo, con valiosas excepciones— un nefasto papel en el avivamiento del conflicto armado, en relación con el cual, ninguno compareció ante la Comisión de la Verdad a contarnos de sus reuniones con los militares para recibir instrucciones de qué y cómo informar o de cómo amañaban titulares, cifras, imágenes, relatos, adjetivos y sustantivos? —“asesinados brutalmente humildes labriegos”, si se trataba de víctimas de la guerrilla; “dados de baja tantos facinerosos”, si los paramilitares eran los victimarios—. Lo que es seguro es que el país de las grandes ciudades no habría podido ignorar la matanza continuada en el campo y en los barrios populares, sin la participación de los más importantes medios de comunicación y de muchos y muchas periodistas. ¿No han sido muchos de ellos quienes más han atentado contra la libertad de prensa? ¿Acaso no se pierde esta al ritmo de las mentiras que se disfrazan de verdades? ¿No la han envilecido así?

Claro que queremos libertad de prensa, es lo que venimos exigiendo hace tiempo, es lo que necesita el país, es lo que le reclamamos a los medios hegemónicos. Una prensa menos machista, menos sexista, menos clasista, no racista, que no estigmatice ni llame “borregos” a los indígenas que vienen a una marcha, tal como lo hizo Gustavo Gómez, de Caracol radio, sin que la FLIP le hubiera dirigido un reclamo por lo que a todas luces parece un delito de odio y una violación a nuestro derecho a una información veraz.

Justamente, al final de esa marcha, el presidente llamó a los expresidentes, a los grandes propietarios y a los empresarios, a dialogar, a hacer parte de un acuerdo nacional, para, con el conjunto de la sociedad, lograr por fin la erradicación de la guerra y sacar adelante al país. Como uno de los ejes que propuso para ese pacto es la verdad, sería pertinente que de él hicieran parte los medios de comunicación. Si bien algunos han hecho notables esfuerzos en ese sentido, es hora de que el resto se decida a trabajar por la paz… y a recuperar la libertad de prensa, en favor de nuestro derecho a estar bien informados, a la verdad y a tener un país donde todas y todos podamos vivir.  

CIPADH

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